jueves, 1 de diciembre de 2011

Pedro Berruezo una muerte radiada


La crónica escrita la he sacado de la que hizo en su día Marca. Este post esta hecho en agradecimiento a aquellos que dieron su vida por nuestros colores y que tan tristemente hemos vivido en nuestro presente más glorioso, esta tragedia la viví un 7 de enero escuchando la radio, yo en aquel entonces tenia 8 años.


Era 7 de enero del año 1973. Las lluvias encharcaban Sevilla y el equipo blanco andaba arrastrando la pierna de su mala clasificación en Segunda. Tocaba jugar en Pontevedra y estaba siendo pasado por las armas por el equipo pontevedrés,  su equipo ganaba 1-O y el tiempo corría a favor de los suyos. No sabría que el tiempo se detendría para siempre para un jugador del Sevilla. Minuto 50: Pedro Berruezo cae para no levantarse jamás.

El tiempo estaba insulsamente soleado en las Rías Baixas. El público, que llenaba el viejo Pasarón, se estaba divirtiendo y apenas se percató del lance. Berruezo, que esperaba recibir un saque de banda por parte de Pablo Blanco, cayó fulminado. Todos corrieron como impulsados por potentísimos resortes. Hasta el kinesiólogo del equipo, Antonio Gómez, emprendió veloz carrera. Antonio intuyó desde el principio que lo de Pedro no era broma.

Los camilleros de Cruz Roja le llevaron con rapidez al vestuario visitante. El médico del club pontevedrés, doctor Díaz Lema, administró con urgencia cardiasol y coramina, inyecciones que puso el propio Antonio Gómez. Pero Berruezo seguía inerte. Toñánez, el defensa paraguayo del Sevilla, que no se había vestido en aquel choque, se erigió en ayudante de Antonio Gómez. El jugador fue trasladado inmediatamente al sanatorio Domínguez, unos dos centenares de metros distantes del Pasarón. Todo se hizo con gran rapidez, en una desesperada búsqueda por reanimar al infortunado futbolista, que yacía inerme sobre la camilla.

Berruezo, contrariamente a lo que se ha venido diciendo, no recobró el conocimiento. «Y eso que lo intentamos con todas nuestras fuerzas. Al ver que no reaccionaba con cardiasol y coramina, le administraron en la clínica una inyección intracardial, que va directamente al corazón. Se le dieron descargas, se le dieron masajes. Todo resultó inútil. Pedro estaba muerto y a m1 sin poderlo evitar, se me cayeron las lágrimas». Murió como consecuencia de un colapso cardíaco, que le produjo la muerte de forma irreversible.

Han transcurrido veinte años, pero Antonio Gómez confiesa que aún se le pone la carne de gallina cuando recuerda "aquello". El fue testigo directo de la muerte de Pedro Berruezo, el último gran mazazo recibido por el sevillismo. Gómez había viajado como facultativo del club en sustitución del doctor Antonio Leal Graciani. Este no pudo desplazarse porque, al jugar el Sevilla de forma consecutiva en Pontevedra y Santander, no podía ausentarse durante tanto tiempo lejos de Sevilla. De ahí que, con el consentimiento debido, fuese en su
lugar el kinesiólogo.

Los jugadores del Sevilla no supieron nada hasta después del partido. Blanco, que acababa de cumplir veinte años, recuerda que, al finalizar el choque, el conserje del club granate le comunicó el fatal desenlace en el umbral de vestuarios. «La escena fue impresionante: mientras que Isabelo y Rodri, que aquel día no jugaron, corrían buscando la puerta de salida hacia la clínica, algunos nos quedamos petrificados, sin podernos mover, mientras que otros comenzaron a llorar como niños».

Juan Arza era el entrenador del equipo en aquellos días tan tristes. El navarro se quedó de inmediato solo, sin saber qué estaba ocurriendo. El partido estaba aún disputándose y en el ambiente flotaba una extraña sensación. Arza recuerda que desconectó algo su concentración en el juego para poner sus miras en un empleado del club. «Este pasó muy cerca de mí y le dijo a un conocido que estaba justo detrás mío: "el pobre chico va listo"».

José María Alonso de Caso, que era el directivo designado por el Sevilla como delegado del viaje, obró con rapidez y diligencia. A través de un pariente suyo, magistrado en esa capital gallega, gestionó todo para que el cadáver de Pedro Berruezo, amortajado con la camiseta sevillista, fuese trasladado inmediatamente con destino a Sevilla, lo que se hizo esa misma noche en un furgón funerario.

Este llegó a las cinco de la tarde del día 8 de enero a las puertas mismas del Sánchez-Pizjuán, cuyas gradas estaban pobladas por unas 25.000 personas, que querían rendir un último homenaje al futbolista. El padre Teruelo, capellán del club, ofició una misa de «córpore in sepulto», ayudado por dos futbolistas del equipo. Gloria, la viuda, así como la madre de Pedro, sufrieron sendos desmayos. Un centenar largo de coronas, enviadas desde todas partes del territorio nacional, se apiñaron en el estadio.

Los jugadores llegaron una hora más tarde. Viajaron en coche-cama a Madrid y en el aeropuerto de Barajas tuvieron que esperar varias horas hasta conseguir enlazar con Sevilla. Esa larga noche nadie pudo pegar ojo. La cama adjudicada a Pedro estaba vacía, así como el compartimento. Ni Isabelo ni Rodri, habituales comañeros de viaje del malogrado futbolista, quisieron quedarse solos.
El cadáver fue velado durante toda la noche por los miembros del plantel. Del estadio partió el féretro hacia Málaga, reproduciéndose las escenas de dolor. Una multitud acompañó los restos mortales de Berruezo a su último viaje. Pedro, futbolista muy querido, dejó una herida que tardó mucho tiempo en cicatrizar. Además de excelente profesional y jugador, fue una persona bondadosa.

Cuando Berruezo sufrió una lipotimia el 10 de diciembre anterior frente al Baracaldo, quedó internado en la clínica Santa Isabel. A la mañana siguiente, un equipo de neurocirujanos, cardiólogos y demás especialistas, todos bajo las órdenes del doctor Felipe Martínez, directivo del club, exploró concienzudamente el organismo del jugador.

A Berruezo le realizaron diversas pruebas para comprobar el estado del corazón, un chequeo tan exhaustivo como, según los resultados iniciales, perfecto. «Todo lo que podíamos hacer se hizo y no se escatimó un solo esfuerzo», asegura Antonio Leal, médico del Sevilla. Y no le falta su parte de razón al galeno, porque Berruezo estaba como flor en primavera.

En efecto, según constan en la analítica y exploraciones, Berruezo era apto para jugar al fútbol. La ciencia había dado el visto bueno, incluso la alquimia: semanas atrás, Pedro Berruezo había asistido a la consulta de un curandero, en el pueblo de Brenes. Después de tres semanas en el dique seco, el jugador se aprestó a reaparecer. El siguiente choque era Pontevedra.

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