El rostro de Sergio Ramos lo decía todo. Cuando vio a Jesús
Navas levantar la mano a la pregunta de Xavi de quién era el siguiente tras el
fallo de Bonucci, un torrente de emociones y recuerdos del pasado le vinieron
de golpe a la mente. En aquel momento no solo España se jugaba el pase a la
final de la Copa
Confederaciones por vez primera en su historia. Estaba en
liza la fortaleza mental de Navas y la tensión psicológica de Ramos. Los
cuarenta metros que recorrió el nuevo futbolista del Manchester City hacia el
punto de penalti, fueron lo más parecido a un cortometraje de dos minutos
escasos en los que se iban sucediendo imágenes sobre cómo habían llegado ambos
a esa situación. Lo primero que hizo Ramos fue suspirar tras ver que el séptimo
elegido para una tanda que estaba siendo perfecta era su 'hermano pequeño'. «Lo
he pasado peor por él, aunque el error del italiano nos ha quitado presión a
los dos», reconoció el defensa del Real Madrid tras el encuentro.
Allí, en el círculo central, evocó aquel día de mayo de
2009. Le restaban unos días para irse de vacaciones a un país exótico de Asia,
previo paso por su Camas natal, cuando recibió la llamada de Fernando Hierro,
director técnico de la
Federación Española de Fútbol (FEF): «Tenemos que vernos;
tengo que pedirte algo». Era escueto, pero parecía trascendental. Estaba
relacionado con el Mundial de Sudáfrica que se iba a celebrar al año siguiente.
El sevillano aceptó la cita y al terminar la misma se vio sorprendido por la
petitoria. Lo que quería el entonces dirigente malagueño era que apadrinara a
Jesús Navas como integrante de la selección. Había hablado con Vicente del
Bosque y reconocieron que necesitaban algo distinto en un esquema bastante
sólido y hermético como era el del combinado nacional. Precisaban de ese
revulsivo que desatascara el partido si el patrón de juego se veía
comprometido. Barajaron varios, nombres pero uno destacó por encima del resto.
El de un menudo joven de ojos claros que jugaba por la banda del Sánchez
Pizjuán. «Apuesta personal mía», advirtió Hierro.
Sin embargo, había un problema importante. Todos conocían
los problemas de ansiedad del extremo de Los Palacios, toda vez que ya había
vestido la elástica de España en las categorías inferiores y puso los pies en
polvorosa durante la concentración del equipo sub-21 en Benidorm durante el
verano de 2005, en el 'stage' previo antes de ir a Holanda. Ahí fue cuando le
dio por tercera vez uno de sus famosos ataques de ansiedad. Ya le había
sucedido antes, durante las pretemporadas con el primer equipo sevillista en
Costa Ballena. Ni tan siquiera era capaz de estar lejos de su familia aunque
fuera en el litoral gaditano. Sus padres se veían obligados a dejar las labores
del campo para estar con él. Y si el Sevilla viajaba fuera de España, entonces
Navas decidía no ir para quedarse trabajando con los psicólogos que el club
puso a su entera disposición.
Manchester en el horizonte
En aquella época, José María del Nido se autonombró el
segundo padre del futbolista. Estuvo presente en algunas de las reuniones que
mantuvo Fernando Hierro con el entorno del jugador para convencerlo de ser una
pieza más en el engranaje de la mejor selección que se estaba formando. Pasaron
los días y las semanas. Largas horas en el quiosco que había frente a su casa,
donde conoció a la que hoy es su mujer y madre de su único hijo. La que le
cuidó en los momentos duros. En la salud y la enfermedad, le vaticinó. Todo un
proceso que empezó a ver la luz al final del túnel en febrero del presente año,
cuando aceptó la oferta de Txiki Beguiristain para marcharse al City. Propios y
extraños se maravillaron que ahora aquel escurridizo niño que regateaba a los
charcos con 10 años dejara los 40 grados a la sombra de su tierra por el frío
Mánchester.
Todavía faltaba una última estación para salir del agujero
de la inopia y saltar hacia la madurez. Levantó la mano tras las palabras de
Xavi, sintió el roce cariñoso de Piqué, recorrió su particular milla verde,
miró a Buffon y lanzó por vez primera en su vida deportiva un penalti. Ni tan
siquiera le dio tiempo a ver cómo entraba el balón al fondo de las mallas. Él
ya estaba acallando los silbidos con tono portugués de las gradas. Al darse la
vuelta para ver si algún compañero se olvidaba del calor para aclamarlo vio a
su ángel de la guarda. Sergio Ramos se abalanzó sobre su pequeño cuerpo y le
soltó al oído lo que después gritaría al mundo: «Felicito a mi 'pajarillo'
Navas por su partido y su penalti. ¡Viva Camas y Los Palacios!». Pueden dormir
tranquilos todos los que apostaron por él y le han ayudado. El pájaro ya vuela
por sí solo. Ahora su nido está en Inglaterra, aunque aún le queda la última
mueca de Brasil este domingo. Esta vez no se lo perderá.
Habría que decir que Buffon se quedo un tanto lejos del tiro
de Navas.
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